Cuando lloramos, las lágrimas son robadas por el viento y se
esconden en las nubes. Cuando el cielo no puede soportar más la tristeza, se
rompe, y todas las lágrimas acumuladas caen para recordarnos aquello que
preferíamos olvidar. Es lo que llamamos lluvia.
Asuka cambia con la lluvia, su corazón se ablanda y se
sienta a mi lado mientras la música de los lesbianos suena a todo volumen en el
altavoz. Las gotas que caen se mezclan con las notas musicales. Asuka me mira y
se acurruca a mi lado. El sonido de la lluvia le hace imaginarte. Ella también
había llorado.
Y me pregunto ¿cuántas lluvias más tendrán que pasar para
sanar un corazón desfigurado? Sigo esperando un diluvio que haga que logres
perdonarme. Porque a pesar de todo sigo recorriendo todos los lugares donde
solías caminar, incluso aquellos a los que jamás te acercarías, con la vana
ilusión de que nuestras miradas se golpeen casualmente. Pero sé que no
sucederá.
Ya no creo en el cambio de las estaciones, todas se
desvanecen en un ciclo eterno mientras tú sigues tan lejos, tan silenciosa, tan
escondida. Y si ese ciclo volviera a empezar y nuestros recuerdos partieran de
la nada, te diría aquel “te amo” que jamás pronuncié. Cambiaría los sollozos
por maullidos y ronroneos.
Los recuerdos de un
verano son reemplazados por otro. Temo cada vez más que no habrá verano
donde pueda encontrarte nuevamente. Pero, si el universo conspira, y los planetas
se alinean, los cielos se despejan y los dioses dejan de danzar, no tendría
ningún reparo en acercarme a ti directamente, mirarte a los ojos y sentarme a
tu lado, para siempre. Mientras a lo lejos, unos ojos felinos y otros ojos más
pequeños iguales a los tuyos nos observan a la vez que la lluvia vuelve a empezar.