Cuando era un niño feliz allá por mis 10 u 8 años e iba a un centro comercial, a la hora de pasar por caja siempre me parecía que las personas que atendían eran mucho mayores que yo. Esa sensación de que los otros eran los adultos me duró mucho tiempo. Y no sólo con las cajeras, sino con la gente en general que ofrecía algún servicio, como doctores, empleados, taxistas, etc.
Conforme pasaron los años y fui creciendo, aún sentía que yo
era el más joven. Veía a todos con cierta admiración, elogiaba a las demás
personas que podían prestarme cualquier tipo de servicio. -Algún día yo también
seré grande- me decía siempre para convencerme que yo aún no había terminado de
crecer.
Pero una mañana hace pocos años, desperté y fui al
supermercado, llené el carrito de compras con los productos usuales que solía
adquirir para pasar el fin de semana con mis amigos. Fui a caja y la persona
que me atendió era una joven, evidentemente menor que yo. - ¿Qué está pasando?
- pensé confundido.
No supe bien qué hacer. Después del supermercado fui al
banco a tramitar mi tarjeta, y la persona que me atendió era al menos 10 años
menor que yo. -Esto no puede ser normal ¿es que estoy en otro universo y no me
he dado cuenta? –
Salí corriendo a la calle, confundido, desorientado, sin
saber exactamente qué pasaba. Miré a mi alrededor y constaté lo peor que temía: todos eran menores que yo... la señora de la limpieza, el taxista que me
esperaba, las parejas con hijos que paseaban de la mano, incluso la chica que
me gustaba… TODOS.
Tuvieron que pasar muchos días para aceptar esa nueva
verdad. ¿En qué momento crecí? Nunca me di cuenta, esa bofetada de realidad
remeció toda mi interpretación del mundo. Ahora, el adulto, el grande, el mayor,
era yo.
No pude aceptarlo, no podía resignarme a haber crecido. Pero
no podía hacer más, así comprara todos los Transformers que no pude tener de
niño y viera con mi hijo las películas que marcaron mi niñez, ya no había
marcha atrás.
Y el tiempo volvió a pasar, de repente dejó de emocionarme
cumplir años, de repente mi gata había fallecido a sus 12 años, de repente yo
estaba solo, de repente Bowie había muerto, de repente mi hijo ya tenía 9 años,
de repente sólo escuchaba The Cure.
Y esta mañana, abro los ojos y me doy cuenta que han pasado
40 años desde que llegué a este mundo. Me atemoriza la idea de envejecer y ser
la carga de alguien más, la inutilidad física, el volverse dependiente de
alguien más incluso para comer e ir al baño. Me atemoriza no poder ser consciente
de partir de este mundo cuando yo quiera.
Temo por mi legado (por dejar uno en realidad). Temo que con
cada año hay alguien menos en mi vida y no alguien más. Temo no poder ser capaz
de acompañar a mi hijo cuando sea adulto y necesite un padre que lo aconseje (así
como el mío me acompaña hasta ahora). Y sobre todo, temo por no poder pedir
ayuda cuando realmente la necesite.
He cumplido 40 años. No sé si es ya el inicio del final de
mi vida, o simplemente el comienzo de una vida nueva, de dejar atrás la
oscuridad que me invade desde el 21 de agosto de 2000, de atesorar cada momento
con mi familia, de decirles que los quiero cada vez que pueda, de abrazar a mis
amigos cada vez como si fuera la última… de poder volver a amar.
Cuarenta años ya… volveremos a vernos 40 años después?
3 comentarios:
Wow, que buena reflexión!!!
que bonito escribes Jonathan saludos a la distancia
Guao y pensar que ya reflexiones bendiciones jonatan
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