miércoles, 31 de julio de 2024

No debí escuchar esto de madrugada


Everywhere at the End of Time es una serie de álbumes musicales creada por el músico inglés James Leyland Kirby bajo su seudónimo “The Caretaker”. Cada álbum refleja cómo se siente vivir con Alzheimer o algún tipo de demencia. A través de 6 horas, el compositor nos lleva por 6 etapas de la enfermedad. En cada una de ellas la música parece desintegrarse, perdiendo toda lógica. Es como si estuvieras en un laberinto mental, tratando de recordar cosas que se desvanecen entre las tinieblas.

Por allí leí que fue un reto viral en internet escuchar los 6 álbumes seguidos. Imagino que debe resultar desafiante pero me parece que no era la idea original del compositor. Kirby, de hecho, declaró que sería bueno, al margen del reto, que los jóvenes sientan más empatía por quienes padecen del mal de Alzheimer.

En ese sentido, creo que Everywhere at the End of Time cumple su cometido. Es perturbador pero también conmovedor. La pista final del último álbum (Place in the World fades away) Termina con una versión coral de una antigua canción. Algunos dicen que representa un breve momento de lucidez antes de la muerte.

En fin, no lo escuches si estás deprimido. 

domingo, 28 de julio de 2024

No puedo dormir y no es por falta de voluntad

Tengo serios problemas para dormir y he intentado de todo para superarlos. Antes de entrar en la habitación dejo de ver pantallas al menos media hora, me doy un baño caliente, hago estiramientos, escucho música relajante… Sin embargo, cuando me acuesto, no concilio el sueño. Estoy tres, cuatro o cinco horas mirando el techo, refregándome los ojos, pensando que va a amanecer, que los vecinos saldrán apresurados al trabajo, que los niños llorarán porque no quieren ir al colegio, que el ascensor resonará de arriba a abajo durante horas y que, en fin, todo el mundo se despertará de la forma más ruidosa posible.

En mi mesa de noche guardo un antifaz para dormir y dos tapones para los oídos. Dejé de usarlos porque el antifaz me da comezón en los ojos y los tapones, al bloquear los ruidos externos, me dejan a solas con el sonido de mi pulso y mi respiración; lo que me trae más ansiedad y, en consecuencia, dificulta más conciliar el sueño.

Durmiendo en cuarentena.

Estos problemas empeoran cuando tengo compromisos, por ejemplo: cuando tengo que hacer un trámite por la mañana, realizar una tarea pendiente o ver a alguien en el transcurso del día. Cualquier urgencia, por más tonta que parezca, genera una paradoja: la premura por dormir atenta contra la necesidad misma. Mientras más me esfuerzo, peor duermo.

Me río de la gente que dice que tiene pesadillas y se levanta alterada. Yo quisiera dormir lo suficientemente profundo para tener aquellas pesadillas. Al menos así, superado el mal sueño, me quedaría el descanso reparador y no esta perenne sensación de desrealidad, náusea y dolor de cabeza que me acompaña constantemente, día tras día.

Lo más triste del caso es que nadie va a entender qué jodido es el insomnio a menos que lo viva en carne propia. Y dado que no lo entienden, comparten consejos capacitistas como: “Pon tu mente en blanco”, “Relájate”, “cierra los ojos y cuenta hasta 100”. Como si el sueño fuese un interruptor con el que… “¡plin!” ahora estás despierto y “¡plin!” ahora estás dormido y lo único que hace falta es fuerza de voluntad. Caray, como si no me esforzara día tras día, durante los últimos 15 años, al menos.

He ido a diferentes profesionales con mi caso y la conclusión general es que debo tomar medicamentos para dormir. De hecho, la última vez que hablé con un psiquiatra prácticamente me automediqué. Mi diagnóstico es claro: Tengo trastorno de ansiedad generalizada; lo que al principio me llevó a tomar un cóctel de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos. De todas esas mierdas lo único que realmente me ayuda es clonazepam.

Así da gusto.

Tomar clonazepam hace que mi vida vuelva a ser color de rosa y me devuelve un optimismo que por poco me hace creer que el universo conspira a mi favor. Duermo profundo. Duermo bien. Y me levanto productivo, inspirado, con ganas de socializar. Sin embargo, el medicamento me trae tres problemas. El primero es obtenerlo, lo cual no es sencillo porque necesito una receta médica y por tanto pagar a un psiquiatra que la emita. Lo segundo es que el clonazepam, como todas las benzodiacepinas, causa tolerancia. Así que ya no puedo, por ejemplo, empezar con 0.25mg, debo tomar a partir de 1 o 2mg para estar a tono. El tercer problema es la dependencia. Pasado un tiempo debo ir retirando el medicamento. Sé cómo hacerlo, pero no es fácil porque tras varios meses de uso, me deja un síndrome de abstinencia; que es, básicamente, una o dos semanas de depresión severa, irritabilidad y… por supuesto… el retorno de la ansiedad y las malas noches.

Para resumir el clonazepam es una mierda y no cura nada. Sin embargo, me da un respiro, me devuelve por algunos meses ese gusto por la vida que deben compartir quienes tienen el privilegio de dormir de corrido y profundo 8 horas diarias. Me hace escapar, temporalmente, de aquella “lucidez vertiginosa”, como describía Emile Cioran al insomnio, que convierte el paraíso en un lugar de tortura.

lunes, 1 de julio de 2024

Cuando el fracaso es inminente

Acabo de cancelar mi suscripción a Netflix. Netflix era el último bastión que me permitía seguir proclamando cierta comodidad económica. Pero lo cierto es que aquella se ha ido extinguiendo de a pocos. Primero, ya no me era posible comprar ropa todas las temporadas, viajar al extranjero con Paty, pagar una invitación en el bar más caro de la ciudad; después, ya no podía cortarme el pelo todos los meses, comprar café en grano, pagar mis terapias, adquirir una pila para el reloj de la sala. Hoy todo me parece caro: el transporte público me parece caro, la cerveza me parece cara, la comida fuera de casa me parece cara... la vida en general me parece cara.


Podría buscar culpables. Decir, por ejemplo, "la culpa la tiene Milei". Pero eso sería moralmente deshonesto. Cierto es que la Argentina está pasando por un periodo de necesaria restructuración económica, pero el problema real es que yo estoy ganando mucho menos que hace 4 años, cuando fui a juicio a reclamar la custodia de mi hermana. Me acuerdo de ese momento porque entonces le dije a la jueza, con papel en mano, que mi ingreso mensual era 5 veces el sueldo mínimo de Perú. Hoy, sin embargo, no llego a uno solo. ¿Debería esforzarme más?


Byung-Chul Han en "La sociedad del cansancio" afirma que vivimos en un mundo de personas agotadas. La sociedad está cansada porque practica la retórica del rendimiento; se vive para trabajar, se trabaja para vivir. En ese discurso las frases recurrentes son: "duerme poco, sueña mucho", "ama lo que haces", "sé tu mejor versión", entre otras. El estatus de hoy es presumirse a sí mismo como un sujeto de rendimiento; como alguien fuerte, que duerme 4 horas diarias, que es multitasking y que "resuelve". Esta idea se superpone a la sociedad disciplinaria de Foucault. Foucault decía que para mantener el orden público la sociedad ya no necesita tanto de la coacción, sino de la disuasión a través de agentes del orden. Han dice que ahora no hace falta eso: el control ahora lo asumen los mismos individuos; dejando atrás ser una sociedad de vigilancia para convertirse en una sociedad de rendimiento; donde el control no se da a través de la policía, los profesionales de la salud, la videovigilancia; sino por entrenadores, mentores financieros, coach de superación, etc.


Pero lo importante es lo que dice Han sobre las emociones negativas; sobre la depresión, el enojo, la frustración, entre otros. Han asegura (con razón) que estas emociones intentan ser extinguidas constantemente por la sociedad del rendimiento. Sin embargo, al ignorarlas nos encerramos en un ciclo sin fin, donde la respuesta a todo no puede ser otra que esforzarse más y más. Las emociones negativas, en ese sentido, son importantes porque necesariamente te llevan a detenerte, a replantear tu rumbo, a tomar un respiro, a reiniciar la mente, cambiar de estrategia. De modo que restauramos el equilibrio de nuestras vidas, como en el ying y el yang. Lo negativo nos lleva a lo afirmativo y lo afirmativo siempre se corrompe. De eso va la vida, de detenerse y avanzar. 


Yo me encuentro actualmente negativo. Creo que lo que hago en YouTube no está funcionando como antes. A veces converso de ello con un gestor de cuentas asignado y él, como típico agente de la sociedad de cansancio me da ánimos, me dice que yo puedo, que tengo que probar esto, que tengo que hacer más, que no debo desmotivarme... etc. La verdad, creo que ya me esforcé lo suficiente. Trabajo de forma ordenada, atiendo estadísticas, diseño buenas miniaturas y produzco significativamente más contenido que mis colegas. Así que creo que tengo razones para estar estar negativo, para tomarme un tiempo y descubrir si debo seguir dedicándome a lo mismo. 


En general, abrazo el fracaso como lo que es: como un fracaso. Dejo de lado así esa somera idea de que el fracaso es aprendizaje. El fracaso es una cagada. A veces ocurre sin motivo y solo depende de las circunstancias. El fracaso, muchas veces es un recordatorio de que el mundo se rige por las reglas del azar y que tenemos que aprender a vivir con ello. Creo que pensar así es lo más sano porque nos permite poner un punto final y reinventarnos. Cosa que va muy en contra de la toxicidad colectiva que te empuja a creer que lo que no te mata te hace más fuerte. La persistencia está sobrevalorada. Yo digo: si un día la marea se lleva mi casa, no la volvería a construir en el mismo lugar, con mejores defensas. Me voy lejos y construyo en un terreno más seguro.