Acabo de cancelar mi suscripción a Netflix. Netflix era el último bastión que me permitía seguir proclamando cierta comodidad económica. Pero lo cierto es que aquella se ha ido extinguiendo de a pocos. Primero, ya no me era posible comprar ropa todas las temporadas, viajar al extranjero con Paty, pagar una invitación en el bar más caro de la ciudad; después, ya no podía cortarme el pelo todos los meses, comprar café en grano, pagar mis terapias, adquirir una pila para el reloj de la sala. Hoy todo me parece caro: el transporte público me parece caro, la cerveza me parece cara, la comida fuera de casa me parece cara... la vida en general me parece cara.
Podría buscar culpables. Decir, por ejemplo, "la culpa la tiene Milei". Pero eso sería moralmente deshonesto. Cierto es que la Argentina está pasando por un periodo de necesaria restructuración económica, pero el problema real es que yo estoy ganando mucho menos que hace 4 años, cuando fui a juicio a reclamar la custodia de mi hermana. Me acuerdo de ese momento porque entonces le dije a la jueza, con papel en mano, que mi ingreso mensual era 5 veces el sueldo mínimo de Perú. Hoy, sin embargo, no llego a uno solo. ¿Debería esforzarme más?
Byung-Chul Han en "La sociedad del cansancio" afirma que vivimos en un mundo de personas agotadas. La sociedad está cansada porque practica la retórica del rendimiento; se vive para trabajar, se trabaja para vivir. En ese discurso las frases recurrentes son: "duerme poco, sueña mucho", "ama lo que haces", "sé tu mejor versión", entre otras. El estatus de hoy es presumirse a sí mismo como un sujeto de rendimiento; como alguien fuerte, que duerme 4 horas diarias, que es multitasking y que "resuelve". Esta idea se superpone a la sociedad disciplinaria de Foucault. Foucault decía que para mantener el orden público la sociedad ya no necesita tanto de la coacción, sino de la disuasión a través de agentes del orden. Han dice que ahora no hace falta eso: el control ahora lo asumen los mismos individuos; dejando atrás ser una sociedad de vigilancia para convertirse en una sociedad de rendimiento; donde el control no se da a través de la policía, los profesionales de la salud, la videovigilancia; sino por entrenadores, mentores financieros, coach de superación, etc.
Pero lo importante es lo que dice Han sobre las emociones negativas; sobre la depresión, el enojo, la frustración, entre otros. Han asegura (con razón) que estas emociones intentan ser extinguidas constantemente por la sociedad del rendimiento. Sin embargo, al ignorarlas nos encerramos en un ciclo sin fin, donde la respuesta a todo no puede ser otra que esforzarse más y más. Las emociones negativas, en ese sentido, son importantes porque necesariamente te llevan a detenerte, a replantear tu rumbo, a tomar un respiro, a reiniciar la mente, cambiar de estrategia. De modo que restauramos el equilibrio de nuestras vidas, como en el ying y el yang. Lo negativo nos lleva a lo afirmativo y lo afirmativo siempre se corrompe. De eso va la vida, de detenerse y avanzar.
Yo me encuentro actualmente negativo. Creo que lo que hago en YouTube no está funcionando como antes. A veces converso de ello con un gestor de cuentas asignado y él, como típico agente de la sociedad de cansancio me da ánimos, me dice que yo puedo, que tengo que probar esto, que tengo que hacer más, que no debo desmotivarme... etc. La verdad, creo que ya me esforcé lo suficiente. Trabajo de forma ordenada, atiendo estadísticas, diseño buenas miniaturas y produzco significativamente más contenido que mis colegas. Así que creo que tengo razones para estar estar negativo, para tomarme un tiempo y descubrir si debo seguir dedicándome a lo mismo.
En general, abrazo el fracaso como lo que es: como un fracaso. Dejo de lado así esa somera idea de que el fracaso es aprendizaje. El fracaso es una cagada. A veces ocurre sin motivo y solo depende de las circunstancias. El fracaso, muchas veces es un recordatorio de que el mundo se rige por las reglas del azar y que tenemos que aprender a vivir con ello. Creo que pensar así es lo más sano porque nos permite poner un punto final y reinventarnos. Cosa que va muy en contra de la toxicidad colectiva que te empuja a creer que lo que no te mata te hace más fuerte. La persistencia está sobrevalorada. Yo digo: si un día la marea se lleva mi casa, no la volvería a construir en el mismo lugar, con mejores defensas. Me voy lejos y construyo en un terreno más seguro.
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