jueves, 23 de abril de 2015

El sofá que mató la calma

Tu sofá es un santuario. Es donde duendes y almas llegan a reposar para seguir caminando después. Tu sofá nos pertenece, nos hace viajar, nos transporta a lugares donde el cielo lo podemos ver desde arriba. 

Tu sofá nos arroja a profundidades de abismos oscuros y nos aprisiona. Nos encarcela obligándonos a abrazar nuestros cuerpos e intentar darnos vida con los labios.

Tu sofá crea mundos, miles de historias podrían escribirse allí. Libros enteros podrían intentar cubrirlo y no lo lograrían, tu sofá tiene más letras que muchos de los textos sagrados que inundan el planeta.

Tu sofá es a donde vienen a morir las brujas y santos que temen hablar de besos, hechizos y caricias. Aquí los esperamos, con la piel expuesta como un lienzo en blanco, tratando de ser uno otra vez, sin temor a que nos vean, viajando hasta los confines del espacio, sin gravedad, en tu sofá.



No me pidas que me levante, déjame seguir aquí, morir aquí. Déjame volver a nacer dentro de ti, déjame naufragar en el oasis de tu cuerpo, en el desierto de tu sofá.

Quiero quemar la ciudad desde sus cimientos y no parar hasta que sólo queden escombros, y que un diluvio inunde los restos de la civilización para que al final quedemos sólo tú y yo, navegando en ese sofá.


1 comentario:

Josué Aguirre dijo...

Algo así pensé yo (mucho tiempo atrás): que es más probable que el primer momento de intimidad se dé en un sillón antes que en una cama. Intenté plasmar esta idea en un viejo cuento llamado "El chalet", pero después degeneró en otra cosa.