viernes, 20 de marzo de 2015

La muchacha de ojos de papel

La última vez que vi a la muchacha de ojos de papel fue en la ciudad de Bilbao, afuera del Guggenheim. Ella había ido al concierto de su grupo favorito. Y desde muy temprano, ilusionada, daba vueltas cerca a las puertas del recinto para poder entrar y disfrutar de la música de los Arcade Fire. Yo la miraba de lejos mientras ella paseaba por el museo y sus exteriores, temía acercarme demasiado.


La lluvia despertó y empezó a humedecer lenta pero incansablemente toda la ciudad, el agua corría fuerte sobre la avenida principal. Así que la muchacha de ojos de papel, con sus pequeños pies corrió por las calles para refugiarse en un restaurant de comida china hasta que pase el aguacero y el viento cesara su furia, además, ya estando allí, aprovechar para almorzar. Yo la miraba desde la acera del frente, a través de la ventana, no me importaba abrazar la lluvia con tal de seguir observándola.






Afuera, la ciudad la esperaba paciente, y poco a poco el sol se escapaba por las ventanas. De un momento a otro se apagó la lluvia y la muchacha de ojos de papel, con su piel de crayola caminó sigilosa hasta perderse entre la multitud para esperar la hora en que diera inicio el concierto. 

Las puertas del recinto se abrieron y entre tanta gente pude acercarme más a ella, incluso pude rozar sus dedos de lavanda. Ella, emocionada se impacientaba por la hora a la que la música en vivo comenzara a sonar, incluso pude oír cómo se aceleraban los latidos de su corazón de tiza.

La muchacha de ojos de papel se había ubicado en primera fila, a escasos centímetros del escenario. Pude al fin ponerme a su lado. Allí entre el gentío su vestido rosa sobresalía entre las demás almas, ese color que merecía ser robado por lo bien que entallaba sus pechos de miel.

La última vez que vi a la muchacha de ojos de papel, ella bailaba y saltaba emocionada cuando su grupo favorito empezó a tocar. Nunca la había visto tan alegre. Entonaba las canciones tan fuerte que su voz de gorrión llegaba a mis oídos con más intensidad que la de los mismos Arcade Fire.

En cada canción ella brillaba más y más, era un sol que iluminaba todo el lugar, yo era un eclipse a su lado. Sólo podía observarla. Disfrutaba más de la energía que ella transmitía que del propio grupo musical que tenía en frente mío. Por un momento me sentí feliz. Así, las canciones venían como oleajes, una tras otra sin parar. Hasta que de sorpresa, cantaron su canción preferida.

La última vez que vi a la muchacha, en el concierto sonó “Crown of love”. De sus ojos de papel cayeron lágrimas y humedecieron el lienzo de su rostro. Sólo en ese instante ella me miró. Supe entonces que no la volvería a ver, llevaba un “adiós” escrito en sus párpados. De esa melodía surgió una bruma melancólicamente azul que nos envolvió y nos llevó a espacios muy lejanos, hasta hoy.

Acabado el concierto me perdí, la perdí de vista, la busqué entre los rostros desconocidos de la multitud pero ya no pude alcanzarla, y me quedé solo, perdido entre las calles de una ciudad que no conocía. No pude volver a encontrarla.



Fue hace tanto que no he vuelto a ver a la muchacha de ojos de papel que a veces olvido su mirada, pero suena esa última canción, y otra vez su rostro se dibuja en mis recuerdos.


3 comentarios:

Josué Aguirre dijo...

Yo ya estaba diciendo que quería comentar esto, desde hace tiempo, pero desde mi celular ya no puedo ingresar a las opciones para firmar así que, por consiguiente, el comentario no se publica ni siquiera como anónimo. Jonatan, nunca entendí la metáfora de los ojos de papel. ¿A qué te refieres con esto?

Jonatan Melquiades dijo...

Luis Alberto Spinetta

Jonatan Melquiades dijo...

ésa era su canción