Sí, yo me di cuenta. La vi de lejos y no pude
evitar fijarme en una pequeña mancha violeta en su labio. Nunca me había
percatado, pero haciendo memoria, tiene esa pequeña mancha desde que la conozco.
Le pregunté el origen de esa mancha, pero sus
evasivas me dejaron pensando. No pudo haber sido la gallina que la atacó
cuando niña porque de esa pelea ya tiene otra cicatriz. Y aunque Dalma suele
ser muy despistada al caminar y muy seguido se choca con los letreros en la vía
pública, tampoco pudo haber sido un golpe así. Esos moretones no duran tanto.
No, Dalma esconde un secreto, y yo sé cuál es. Al
menos puedo deducirlo. Esa mancha se remonta al año 2008, cuando ella tenía
catorce años.
Ya me había contado la historia de su primer
amor, el primer enamorado que tuvo y con el cual terminaron muy mal. Era el año
2008 y ella estaba en secundaria. Él era seis años mayor, ya había tenido
muchas novias antes y ninguna le había durado tanto. Pero para él, Dalma era
diferente, era la primera chica con la que había llegado al tiempo récord de
nueve meses.
Ella estaba totalmente enamorada, le habían
gustado algunos chicos antes, pero él era especial, por él sentía amor de
verdad, ése amor adolescente que corre por tu torrente sanguíneo y hace que
cada poro de tu piel se dilate cuando te encuentras con esa persona especial,
que a esa edad, crees que estará a tu lado para siempre. Ése amor que suele originarse cuando un primer beso es casi perfecto.
Era evidente que en esa relación quien quería
más era ella. Ella sentía amor, él sólo cariño, un cariño especial que poco a
poco empezó a menguar. A veces caminaban de la mano pero él la soltaba cuando
veía pasar alguna chica muy simpática. Ella se daba cuenta pero lo pasaba por
alto. No quería causarle problemas ni iniciar una pelea.
Ya ni llegaba a recogerla al colegio, sus
encuentros empezaron a ser más infrecuentes, al punto que a veces podían pasar
una semana sin verse. Ella lo extrañaba en silencio, lloraba en silencio su
ausencia. Mordía su labio cada vez que una lágrima se asomaba por culpa de él.
Y fueron muchas lágrimas. Tanto así que una pequeña cicatriz empezó a dibujarse
en su labio. Dalma no se había dado cuenta de esta pequeña marca, pero las
demás personas sí. Ella sólo ignoraba las preguntas de la gente cuando querían
saber por qué se mordía tanto el labio.
Una noche no pudo más, la soledad la afligía
demasiado y decidió ir a buscarlo a su casa, pese a que él le había
prácticamente ordenado que jamás fuera a su casa porque sus padres no
aprobarían que su enamorada fuera una chica tan joven. Pero al llegar a su casa
se dio cuenta del verdadero motivo. Lo encontró besando a otra, aquella era una
mujer mayor que Dalma, con el cuerpo ya moldeado en su máximo apogeo,
maquillada, bien arreglada, con una cartera de cuero y unos aretes que
brillaban desde lejos. Dalma era una chiquilla a su lado. Él la miró de lejos e
hizo entrar a su acompañante dentro de la casa.
Dalma esperó en la acera y él salió a verla.
Ella casi ni podía hablar por el llanto que inevitablemente había comenzado.
Pero él, al menos esta vez, fue sincero. Le dijo que hacía ya tiempo que estaba
en otra relación, que esta otra chica lo complementaba más y que con ella hacía
más cosas que sólo salir a conversar y comer helados.
Dalma estaba destrozada, el amor de su vida la
estaba dejando, y no había marcha atrás. Su corazón estaba partiéndose en dos
pero un atisbo de conciencia le decía que al final sería lo mejor.
Fue aquí que Dalma le pidió una última cosa, un
último beso para despedirse, a lo que él aceptó. Pero en ese momento justo del
beso, el amor que sentía por él se transformó en furia y lo que empezó como un
tierno juntar de labios, se tornó en algo salvaje. El odio de ella despertó y
se manifestó en una brusca mordida que aprisionaba más y más el labio de su
(ex) pareja. Él no pudo aguantar el dolor y en un reflejo por apartarse también
mordió el labio de Dalma, justo donde ella se mordía cada vez que lloraba por
él. Fue una mordida rápida, brusca y profunda, un hilo de sangre brotó entre
los dos y al fin se soltaron.
-No regreses nunca- le dijo él. Ella, tapándose
la boca sólo lo miró con odio, se dio media vuelta y desde entonces su corazón
se apagó. Desde esa noche la mancha de color violeta quedó tatuada en su labio,
para recordarle el crudo episodio de la traición del primer amor.
Pasaron los años, y aunque Dalma tuvo alguno
que otro enamorado más, nunca los quiso como al primero, aquél que despertó
tantos sentimientos de amor y odio a la vez. Aquel que fue el causante de esa
mancha color violeta que hoy en día se ve reflejada en sus labios y que seguro
desaparecerá el día en que por fin, logre olvidarlo.
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