Tú y yo no necesitábamos conocernos más, lo poco que sabíamos
uno del otro era suficiente para crear universos infinitos de vida, de sudor,
de risas y secretos. No necesitábamos conocer nuestros apellidos, ni planes
futuros, ni nuestros libros favoritos.
Éramos un encuentro fortuito, una salida nocturna de ésas que
no quieres que acaben, pero que deben terminar porque alguien más te espera al
otro lado de la ciudad, y debes correr para llegar a tiempo, antes que las
miradas insidiosas noten tu ausencia.
Tú y yo no necesitábamos conocernos más. No me importaba tu
color favorito, el nombre de tu mascota o la marca de tu perfume. Me bastaba
con tenerte al lado y admirar tu desenvoltura, la forma en la que te reías y el
sonido de tu voz cuando cantábamos en bares a media noche.
A ti no te importaba mi trabajo, el color de mis zapatillas
o el largo de mi cabello. Te bastaba con que te diera a saber el nombre de las
estrellas, los sonidos de melodías que nadie más escucha, y un beso mío a
escondidas en un centro comercial.
Tú y yo no necesitábamos conocernos más. No nos importaban nuestras
canciones favoritas, nuestras tragedias de amor pasadas, ni siquiera el nombre
de nuestros amantes actuales. Nos bastaba con estar sentados uno al lado del otro,
conversar sin mirarnos si quiera, y callarnos la voz con otro beso, de ésos que
hacen que nos duela la piel.
Pero ya ves, han pasado años, otro ciclo de vida que llega a
su fin. Y sigo sin querer saber nada tuyo, ni siquiera tu nombre me ha llegado a
importar. Pero en estas noches sin luna ni estrellas que nombrar, mi piel
cansada me pide a gritos que vuelvas a sentarte a mi lado, porque ya es de
madrugada… y me duele hasta la piel.
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