martes, 30 de junio de 2015

Disculpa los malos pensamientos

Hoy he querido buscarte, he sentido la necesidad de ir a tu casa. Voy a llamar al timbre y darte un beso apasionado, de ésos que sólo se ven en las películas, justo cuando la lluvia cae. Pero sabes que no me detendré allí. Morderé tus labios de tal forma que  las cicatrices tarden años en desaparecer, morderé tus labios hasta que llorando me pidas que pare, porque no soportarás el dolor.



Pero no me detendré allí, y lo sabes. Te despojaré de esas ropas tan graciosas que sueles traer, las romperé si es necesario, las cortaré y hasta voy a usar los dientes con tal de dejarte desnuda. Así llegaría a tu espalda, la acariciaría una y otra vez, penetrando mis uñas en tu piel cada vez más y más profundo. No me detendré sino hasta que mis manos se cansen satisfecho de ver rasgada tu carne, y parte de tu carne metida entre mis uñas. Y sangre al fin brotando de las marcas de tu espalda.

A esas alturas ya debería estar haciendo efecto el narcótico que te habría inyectado de golpe al abrirme la puerta, el dolor del beso disimularía la inyección. Entonces estarás consciente de todo, sentirás cada cosa que mi mente retorcida (ésa que tú creaste) se le ocurra hacerte. Pero no podrás gritar, no podrás moverte. Sólo apreciar y dejarte llevar por este carrusel de locura. Allí, serías completamente mía.

No podría parar allí, con esos superfluos arañazos en tu espalda, apenas estaríamos empezando. Luego voy a besar tus pies, esos pequeños pies de canoa. Empezaría lento, pero lo más probable es que me aburra pronto. Arrancaría tus meñiques a mordidas, luego haría lo mismo con los pulgares, todo con tal que no puedas ponerte de pie. No querría que huyas otra vez.



Entonces recién empezaría lo divertido. Subiría lento hacia tus senos, jugaría con ellos un momento, pero jugar cansa. En ése momento te sugeriré que mejor hagamos algo más interesante ¿Qué tal si los atravieso con alfileres? Te dolería, lo sé. Pero no podrías hacer nada, por una vez, dejarías que me dé un capricho. Los atravesaría repetidamente con alfileres, pero no me atrevería a tocar tus pezones. Si algo tuyo me enloquecía, eran esos dos pequeños seres celestiales de color rosa que tanto he recorrido con mi boca. Espera ¿me dejarías conservarlos? Sólo tomaría las tijeras y los cortaría para mí, querría conservar algo tuyo. Espero que no vayas a ser tan egoísta.

Ya mismo habríamos acabado, no tendrías por qué preocuparte más. Habría llevado el picahielos. Pero tranquila, no iría a matarte, bueno, con el dolor que deberías estar sintiendo lo más probable es que morir sería lo único que quieras en ese momento. Ok, yo te daría el gusto.

No me gustaría posponer más esa situación. En casa lo más probable es que me estuviesen esperando para sacar a pasear al perro. Así que sin más preámbulos ni frases de despedida, ni besos tiernos de “adiós”, cogería ese picahielos y lo clavaría directo en tu corazón, una y otra y otra vez, hasta que mis músculos del brazo de tanto subir y bajar ése instrumento punzocortante, estuviesen agotados.

Y me quedaría unos minutos mirándote, sólo para ver que brota la sangre, para ver cómo sangras tu humanidad, tu vida. Esa vida que me robaste hace quince años, y de la que no me quedó nada más que esta simple idea. 



No entendería el porqué de esa mirada pidiendo  que me detenga antes de quitarte la vida. ¿Es que ya ni lo recordabas? Hace quince años tú decidiste crear esta historia. Tú escribiste este final.

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