Hoy he querido buscarte, he sentido la necesidad de ir a tu
casa. Voy a llamar al timbre y darte un beso apasionado, de ésos que sólo se ven en
las películas, justo cuando la lluvia cae. Pero sabes que no me detendré allí.
Morderé tus labios de tal forma que las
cicatrices tarden años en desaparecer, morderé tus labios hasta que llorando me pidas que pare, porque no
soportarás el dolor.
Pero no me detendré allí, y lo sabes. Te despojaré de esas
ropas tan graciosas que sueles traer, las romperé si es necesario, las
cortaré y hasta voy a usar los dientes con tal de dejarte desnuda. Así llegaría a
tu espalda, la acariciaría una y otra vez, penetrando mis uñas en tu piel cada
vez más y más profundo. No me detendré sino hasta que mis manos se cansen satisfecho de ver rasgada tu carne, y
parte de tu carne metida entre mis uñas. Y sangre al fin brotando de las marcas
de tu espalda.
A esas alturas ya debería estar haciendo efecto el narcótico
que te habría inyectado de golpe al abrirme la puerta, el dolor del beso disimularía la
inyección. Entonces estarás consciente de todo, sentirás cada cosa que mi mente
retorcida (ésa que tú creaste) se le ocurra hacerte. Pero no podrás gritar, no
podrás moverte. Sólo apreciar y dejarte llevar por este carrusel de locura. Allí, serías completamente mía.
No podría parar allí, con esos superfluos arañazos en tu
espalda, apenas estaríamos empezando. Luego voy a besar tus pies, esos pequeños pies de canoa.
Empezaría lento, pero lo más probable es que me aburra pronto. Arrancaría tus
meñiques a mordidas, luego haría lo mismo con los pulgares, todo con tal que no
puedas ponerte de pie. No querría que huyas otra vez.
Entonces recién empezaría lo divertido. Subiría lento hacia tus senos,
jugaría con ellos un momento, pero jugar cansa. En ése momento te sugeriré que mejor hagamos algo más
interesante ¿Qué tal si los atravieso con alfileres? Te dolería, lo sé. Pero no
podrías hacer nada, por una vez, dejarías que me dé un capricho. Los atravesaría
repetidamente con alfileres, pero no me atrevería a tocar tus pezones. Si algo
tuyo me enloquecía, eran esos dos pequeños seres celestiales de color rosa que
tanto he recorrido con mi boca. Espera ¿me dejarías conservarlos? Sólo tomaría las tijeras y los cortaría para mí, querría conservar algo tuyo. Espero que no vayas a ser tan
egoísta.
Ya mismo habríamos acabado, no tendrías por qué preocuparte
más. Habría llevado el picahielos. Pero tranquila, no iría a matarte, bueno,
con el dolor que deberías estar sintiendo lo más probable es que morir sería lo
único que quieras en ese momento. Ok, yo te daría el gusto.
No me gustaría posponer más esa situación. En casa lo más probable es que me
estuviesen esperando para sacar a pasear al perro. Así que sin más preámbulos ni
frases de despedida, ni besos tiernos de “adiós”, cogería ese picahielos y lo
clavaría directo en tu corazón, una y otra y otra vez, hasta que mis músculos del
brazo de tanto subir y bajar ése instrumento punzocortante, estuviesen agotados.
Y me quedaría unos minutos mirándote, sólo para ver que
brota la sangre, para ver cómo sangras tu humanidad, tu vida. Esa vida que me
robaste hace quince años, y de la que no me quedó nada más que esta simple
idea.
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