miércoles, 15 de abril de 2015

Nerón subió al cielo en cuerpo y alma

Él cruzaba por mi calle aquella lejana mañana de verano, fue la primera vez que lo vi. Me llamó la atención su caminar cansado, su respirar agitado por falta de agua y su pata trasera lastimada. Lo llamé de inmediato y al instante me miró y se acercó. Por un momento temí acariciarlo pero su mirada lo dijo todo, podía confiar en él. Largo rato lo acaricié hasta que lo vi más calmado, entonces le saqué agua y un trozo de pan. Los devoró al instante, me miró con una expresión de agradecimiento y siguió su camino. No me dejó curar su pata.

Días después lo vi otra vez, esta vez con mejor semblante y con la pata trasera ya casi curada, me miró de lejos y se me acercó corriendo. Movía el rabo sin parar y con su mirada me exigía agua y comida otra vez.  No dudé en alimentarlo y esta vez tuvo el atrevimiento  de entrar al garaje de mi casa, hizo un recorrido de reconocimiento por todo el lugar y hasta tuvo la osadía de marcar el territorio en un rincón. Y sin más, se fue otra vez muy campante. Yo sabía que regresaría tarde o temprano.

La situación se repitió muchas veces, ahora el can ya pasaba más tiempo en mi garaje y de alguna forma se sentía propietario de ese espacio. Mis padres, como era de esperarse, eran reacios a que el pequeño canino nos visitara tan a menudo. Pero de a poco fueron cambiando de opinión cuando el perro ladraba a los desconocidos que se acercaban a la casa. Podía llegar a ser un buen guardián.

Fue así que se decidió dejarlo en casa. Ahora había que ponerle un nombre, lo miré a los ojos y al perderme en su mirada, en un perfecto perruno ladró “Nerón”. Sea pues, le dije yo. Tras una ceremonia de nombramiento, ese pequeño perro pasó a ser conocido como Nerón.

Nerón y su amiga Negra

Nerón me acompañaba a todas partes, era un perro muy inteligente, aprendía rápido las cosas que yo le enseñaba. Ya se había memorizado dos órdenes muy claras, una para ladrar y otra para atacar. Claro que la segunda nunca la usamos contra otra persona, era más usada contra gatos callejeros que nunca se dejaban atrapar y cangrejos escurridizos en la playa.

Le enseñé también a andar en moto, sí, en moto. Yo me sentaba en mi pequeño vehículo y él de un salto subía también, se sentaba delante de mí y apoyaba sus patas delanteras en el timón, y así nos movilizábamos por la ciudad. Hablo más o menos del año 1999, en esa época la policía era mucho más permisiva con las motos. También le gustaba ir en carro, cuando yo subía a conducir la camioneta él inmediatamente se sentaba en el asiento del copiloto, y hasta se dejaba poner el cinturón de seguridad.

Nerón me acompañaba a la universidad. Los profesores no le daban mayor importancia ya que yo solía sentarme al final del aula y Nerón dormía al lado mío todas las clases (como varios de mis amigos). Así mi perro pasó a ser muy conocido y querido entre los compañeros de mi aula, tanto que mi equipo de trabajo fue bautizado como Producciones Nerón, e incluso mantuvimos el nombre cuando instauramos nuestra productora como algo ya legal.


Rápidamente el perro se ganó el cariño de mi familia. Incluso acompañaba a mi padre a su trabajo, a Emaús. Entraba a la oficina y se quedaba dormido rápidamente. Incluso participaba en las reuniones del personal de trabajo. Era muy gracioso verlo observando detenidamente a quien le tocara hablar, hasta parece que entendía lo que decían.

Nerón tomando una siesta en la oficina

Los problemas llegaron cuando una plaga de garrapatas invadió de a pocos la casa. Mis padres temieron por la salud de mi hermano menor y supusieron que era por culpa del pequeño perro. Llegaron incluso a darme un ultimátum: “Tienes una semana para regalar a Nerón”. No podía hacerlo, no concebía la idea de sepárame de mi pequeño compañero de aventuras. Intenté convencer inútilmente a mis padres de que cambiaran de opinión.

La solución fue de lo más inusual. Había un concurso de fotografía con temática de la ciudad de Paita. Con mis amigos decidimos pasar el fin de semana entre Paita y la playa Cangrejos y así tomar fotos. Se me ocurrió llevar a Nerón al viaje. Así mis padres pensarían que ya lo había regalado y tal vez al volver lo pensarían mejor. Aunque yo sabía que no cambiarían de opinión.

Nerón y el grupo de amigos que nos acompañaron a la playa

Esa fue la última vez que Nerón fue a la playa (ya lo había llevado algunas veces antes). Esta vez fue especial. Nunca lo vi tan contento, tan lleno de energía y tan libre. Nunca persiguió tantos cangrejos y gaviotas como aquella vez.

Nerón y amigos entre los peñascos de Cangrejos

Al regresar a Piura yo no sabía qué hacer. Lo más probable era que mis padres lo regalaran en alguna granja. Al llegar a casa, ya resignado, me dijeron que habían descubierto que la plaga no había sido causada por mi perro, sino por un vecino que tenía en su casa varios canes de forma clandestina. Además no solo mi casa había sido infectada, sino también varias casas aledañas. Así, Nerón fue admitido otra vez en mi hogar.

En Emaús solían colocar veneno para ratas en algunos rincones porque ocasionalmente los roedores hacían perjuicios. Mi perro era muy curioso. Ya se imaginan cómo acaba esto.

Yo no estaba presente cuando ocurrió todo. Estaba en la universidad. Al llegar a casa mi abuelo me dice que Nerón había comido del veneno para ratas y lo habían visto vomitando en el pampón que está afuera de Emaús.

Corrí desesperado a buscarlo, no lo encontré. Lo busqué por horas, días. Nunca apareció. Pero sentía mi corazón roto, de alguna forma podía saber que ya no estaba aquí. Ya no lo sentía. La única explicación que pude hallar fue la que me dijo mi abuela: “A veces los ángeles bajan del cielo y toman formas muy peculiares. Vienen a ayudarnos por un tiempo, cuando ven que ya no nos necesitan, se van. Pero no les gusta despedirse. Lo más probable es que Nerón ya acabó su misión contigo y ha regresado con los ángeles”

Nerón era un perro feo, fuerte y formal, pero era mi perro, era mi amigo.

Desde entonces creo y aseguro que Nerón subió al cielo en cuerpo y alma. Era un ángel. El dolor de su partida me hizo escribirle esta pequeña poesía que ahora comparto con ustedes:


PEQUEÑO Y HABLADOR              28/02/03

Una brisa cansada me decía
que tu aullido cesaba dulcemente
entre constelaciones perdidas
y sombras siniestras de muerte.
Aún recuerdo la incertidumbre de tus pasos
y los rasguños de amor dispersos,
nunca quisiste colores ni canciones,
mordías a la luna y ladrabas a la lluvia
y jurábamos que jamás volveríamos heridos.

No importa si algún día nos perdemos del camino
porque sé que nos volveremos a encontrar
en alguno de lo escondites que conocemos
o en ese mar confundido de lágrimas,
y aunque no sepas de colores
le rezaré al frío y a mis heridas abiertas
y a todas las gaviotas que perseguiste
y a todos los cangrejos que atrapamos
para poder recordarte en los relámpagos
y en las estrellas que llevarán tu nombre.

Siempre batallaremos en las noches solitarias
y seguiremos huyendo del sol.
Ya no me importa el destino de tu muerte
porque ya no habrán más ladridos a la lluvia
ni mordiscos a la luna,
ni promesas de relámpagos eternos,
ni risas en aquel lejano mar que te recuerda.

Y yo estaré esperándote, indeciso y callado,
mi pequeño y hablador amigo.
Y te elevaré por siempre esta oración
y aunque yo me encuentre vencido
volveré a caminar contigo,
hermano Nerón.

:)

3 comentarios:

Josué Aguirre dijo...

Muy emotivo, señor Jonatan. Lo felicito. Pensar que esos animalejos son capaces de producir más sentimientos que algunos humanos que conozco. ¿Cómo que ibas a la U con el perro? ¿No te decían nada?

Nrisingha Ballabha dijo...

Nerón como no acordarse una de ti...

Nrisingha Ballabha dijo...

Nerón como no acordarse una de ti...