domingo, 10 de mayo de 2015

A Dalma le mordieron el labio

Sí, yo me di cuenta. La vi de lejos y no pude evitar fijarme en una pequeña mancha violeta en su labio. Nunca me había percatado, pero haciendo memoria, tiene esa pequeña mancha desde que la conozco.

Le pregunté el origen de esa mancha, pero sus evasivas me dejaron pensando. No pudo haber sido la gallina que la atacó cuando niña porque de esa pelea ya tiene otra cicatriz. Y aunque Dalma suele ser muy despistada al caminar y muy seguido se choca con los letreros en la vía pública, tampoco pudo haber sido un golpe así. Esos moretones no duran tanto.

No, Dalma esconde un secreto, y yo sé cuál es. Al menos puedo deducirlo. Esa mancha se remonta al año 2008, cuando ella tenía catorce años.

Ya me había contado la historia de su primer amor, el primer enamorado que tuvo y con el cual terminaron muy mal. Era el año 2008 y ella estaba en secundaria. Él era seis años mayor, ya había tenido muchas novias antes y ninguna le había durado tanto. Pero para él, Dalma era diferente, era la primera chica con la que había llegado al tiempo récord de nueve meses.

Ella estaba totalmente enamorada, le habían gustado algunos chicos antes, pero él era especial, por él sentía amor de verdad, ése amor adolescente que corre por tu torrente sanguíneo y hace que cada poro de tu piel se dilate cuando te encuentras con esa persona especial, que a esa edad, crees que estará a tu lado para siempre. Ése amor que suele originarse cuando un primer beso es casi perfecto.



Era evidente que en esa relación quien quería más era ella. Ella sentía amor, él sólo cariño, un cariño especial que poco a poco empezó a menguar. A veces caminaban de la mano pero él la soltaba cuando veía pasar alguna chica muy simpática. Ella se daba cuenta pero lo pasaba por alto. No quería causarle problemas ni iniciar una pelea.

Ya ni llegaba a recogerla al colegio, sus encuentros empezaron a ser más infrecuentes, al punto que a veces podían pasar una semana sin verse. Ella lo extrañaba en silencio, lloraba en silencio su ausencia. Mordía su labio cada vez que una lágrima se asomaba por culpa de él. Y fueron muchas lágrimas. Tanto así que una pequeña cicatriz empezó a dibujarse en su labio. Dalma no se había dado cuenta de esta pequeña marca, pero las demás personas sí. Ella sólo ignoraba las preguntas de la gente cuando querían saber por qué se mordía tanto el labio.

Una noche no pudo más, la soledad la afligía demasiado y decidió ir a buscarlo a su casa, pese a que él le había prácticamente ordenado que jamás fuera a su casa porque sus padres no aprobarían que su enamorada fuera una chica tan joven. Pero al llegar a su casa se dio cuenta del verdadero motivo. Lo encontró besando a otra, aquella era una mujer mayor que Dalma, con el cuerpo ya moldeado en su máximo apogeo, maquillada, bien arreglada, con una cartera de cuero y unos aretes que brillaban desde lejos. Dalma era una chiquilla a su lado. Él la miró de lejos e hizo entrar a su acompañante dentro de la casa.

Dalma esperó en la acera y él salió a verla. Ella casi ni podía hablar por el llanto que inevitablemente había comenzado. Pero él, al menos esta vez, fue sincero. Le dijo que hacía ya tiempo que estaba en otra relación, que esta otra chica lo complementaba más y que con ella hacía más cosas que sólo salir a conversar y comer helados.

Dalma estaba destrozada, el amor de su vida la estaba dejando, y no había marcha atrás. Su corazón estaba partiéndose en dos pero un atisbo de conciencia le decía que  al final sería lo mejor.

Fue aquí que Dalma le pidió una última cosa, un último beso para despedirse, a lo que él aceptó. Pero en ese momento justo del beso, el amor que sentía por él se transformó en furia y lo que empezó como un tierno juntar de labios, se tornó en algo salvaje. El odio de ella despertó y se manifestó en una brusca mordida que aprisionaba más y más el labio de su (ex) pareja. Él no pudo aguantar el dolor y en un reflejo por apartarse también mordió el labio de Dalma, justo donde ella se mordía cada vez que lloraba por él. Fue una mordida rápida, brusca y profunda, un hilo de sangre brotó entre los dos y al fin se soltaron.

-No regreses nunca- le dijo él. Ella, tapándose la boca sólo lo miró con odio, se dio media vuelta y desde entonces su corazón se apagó. Desde esa noche la mancha de color violeta quedó tatuada en su labio, para recordarle el crudo episodio de la traición del primer amor.




Pasaron los años, y aunque Dalma tuvo alguno que otro enamorado más, nunca los quiso como al primero, aquél que despertó tantos sentimientos de amor y odio a la vez. Aquel que fue el causante de esa mancha color violeta que hoy en día se ve reflejada en sus labios y que seguro desaparecerá el día en que por fin, logre olvidarlo.

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