domingo, 16 de agosto de 2015

Disfrutando de las cosas que odio

El cine es una de mis actividades favoritas. Me encanta ir a ver una película acompañado por alguien, supongo que disfruto compartiendo con otra persona algo que a mí me gusta. Me pasa igual con la música o con los libros, cuando algo me gusta mucho intento compartirlo porque creo que la otra persona también lo disfrutará (aunque no siempre es así).

Como buen ahorrador, mis días favoritos de cine son de lunes a miércoles. A parte de los precios bajos, va menos gente. Y dependiendo de la película, menos niños gritones en la sala del cine.

Siempre consideré que ir al cine solo, sin nadie, sería muy triste y hasta patético. Cuando veía a alguien que se sentaba solo en las butacas intentaba imaginar por qué esa persona no estaba acompañada, tal vez su pareja lo había dejado, o nunca tuvo hijos, hizo algo terrible y sus amigos dejaron de hablarle, o talvez mató y se comió a toda su familia. En fin, mi mente volaba tratando de imaginar una y mil situaciones del porqué de la soledad de esa persona.



Otra de las cosas que disfrutaba mucho era salir a comer con alguien, sobre todo los fines de semana, cuando en casa a veces no provoca cocinar y uno prefiere darse un gustito y salir a almorzar o cenar en compañía de alguien, porque aparte de disfrutar de la comida, disfrutas de una buena conversación.

Al igual que con el cine, consideraba que las personas que van solas a un restaurant deben estar pasando por un momento tan malo, que nadie es capaz si quiera de dignarse a acompañarlos a la mesa. ¿En serio? ¿Ni un solo conocido? Pensaba yo.

Nunca creí que yo sería capaz de ir al cine o salir a comer sin compañía. Me juraba que teniendo amigos y sobre todo una pareja, aquellas dos actividades las seguiría siempre disfrutando como me han gustado: con alguien más.

Bueno, hace ya un tiempo que por cosas del universo empecé a salir solo. Perdí personas cercanas, amistades, amores, gente. Me tocó ir al cine solo por primera vez. Lo odié. Me sentí tan mal que no pude disfrutar en su totalidad de la peli.

La primera vez duele, pero después te acostumbras. Y así fue. Poco a poco mis salidas al cine, y los domingos a comer a cualquier lado fueron tomando un matiz diferente. Descubriendo por ejemplo, que si estoy en el cine sin compañía, puedo apreciar la peli sin distracciones, sin la tensión de saber si la persona que está al lado la está pasando tan bien como yo. Y que comiendo solo, puedo tardarme el tiempo que quiera, sin comer apurado porque mi acompañante tiene algo que hacer. Y así, pequeños detalles que fueron haciendo que muy contrariamente a lo que estaba acostumbrado, la soledad al final, era una buena acompañante.




Ahora prefiero ir al cine solo, ya no lo odio, lo disfruto. Eso y salir a comer por ahí. Dar unas vueltas caminando por un centro comercial, imaginando cómo todos arden a mi alrededor, imaginando cómo van cayendo todos entre aromas de carne chamuscada y gritos de auxilio. Qué puedo hacer. La soledad me vuelve más tierno.


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