sábado, 8 de agosto de 2020

El precio de un recuerdo

 

Cuando tenía unos 6 o 7 años me fascinaba el espacio y todo lo que tenga que ver con él. Me habían impactado varias películas como E.T., Starman, Star Wars y todos los dibujos animados que me hicieran fantasear con la idea de viajar al espacio.

Fue en esa época que mi padre me regaló para navidad la nave espacial de Playmobil. Yo estaba alucinado porque me pareció lo más bacán del mundo, sobre todo porque los trajes de los astronautas estaban basados en la peli "2001 Odisea del espacio" y al jugar con ella, yo siempre era el astronauta rojo.


A parte de la obvia alegría de tener un juguete tan bonito, esa nave se convirtió en una señal de que mi padre me entendía, era la primera vez que alguien me regalaba algo que yo realmente deseaba. Sin pedírselo, mi padre había atinado con el regalo perfecto para mí en ese momento. Esa nave representaba el amor y la gran admiración que tenía hacia mi padre.

Conforme pasó el tiempo se fueron perdiendo algunas piezas y rompiéndose, como lo haría cualquier niño con un juguete por más que sea su preferido e intente cuidarlo. Se desaparecieron algunos astronautas y poco a poco con el tiempo, la nave se esfumó.  Pero siempre se me quedó guardado el recuerdo de ese pequeño tesoro.

Nunca más volví a ver una de esas naves, ni en los supermercados ni en los comerciales de juguetes para las navidades siguientes.

Todo cambió hace un par de semanas, vi en una red social que alguien vendía una de estas naves en perfecto estado de conservación, con todos los accesorios y los tres astronautas completos, lo cual me pareció asombroso porque la fabricación de este modelo se descontinuó hace ya muchos años.

Miré las fotos del anuncio y sentí una gran nostalgia, el recuerdo del significado de esa nave me golpeó con furia. De repente yo era un niño sintiendo admiración y amor con la misma intensidad hacia mi padre, tal cual como cuando tenía siete años.


No lo pensé dos veces y la compré, era un precio alto, pero sentía que valía la pena. Será un firme recordatorio del cariño que le tengo a mi padre, que está tan cerca, pero a quien veo tan poco que a veces incluso me cuesta hablar con él. Pero allí está, esperando a que me anime a visitarlo. Tal vez vaya cuando no haya tanta gente en la playa o cuando no tenga dónde almorzar.


Ahora la nave, la misma que tuve de niño, pasará a estar en un lugar privilegiado de mi casa, protegido del polvo, de mi hijo y de cualquier niño que quiera jugar con ella, incluido mi niño interior.

1 comentario:

Josué Aguirre dijo...

Curioso es comprender que con los juguetes uno se identifica con un personaje. Yo siempre jugaba en tercera persona. Hasta ahora pensaba que eso era lo normal. También tuve la misma nave. Jugué mucho con ella. Recuerdo que se podía achicar y dejar la parte central como una estación aparte.