lunes, 22 de abril de 2024

Reencontrándome con mi yo escritor

De vez en cuando suelo entrar a mi antiguo blog. 

Tachando “antiguo”. Sustituyendo por “Difunto”. 

El verduguillo.blosgpot.com no existe más. Lo eliminé por esa loca idea mía de ir borrando mis huellas, haciéndole un favor al destino. No obstante, con lo que no contaba era que Wayback Machine lo rescataría en sus archivos antes de cometer el crimen. 


Recuerdo que cuando me enteré de este atrevimiento estaba enojado. Pensé que se estaba cometiendo algún delito contra la propiedad intelectual. “Derecho al olvido”, creo que dije alguna vez. Sin embargo, con el tiempo lo de Wayback acabó por hacerme gracia. Es más, de vez en cuando entro al enlace y veo lo que podría describir como la fotografía de una obra concluída. El blog acaba el 31 de diciembre de 2013. Aquel año había publicado 100 artículos, cumpliendo con una valla que me auto impuse a fines de 2012. Así que estaba satisfecho. Me acuerdo que estaba en Lima, de vacaciones con Paty y Angel, y me reportaba desde un Starbucks con mi tablet… estaba hecho un hipster: 

“Queridos amigos, tal parece que éste ha sido un gran año para este blog, en la medida de que se cumplieron todas las metas propuestas. En lo personal, quería dedicar un vídeo para conmemorar este evento, pero he tenido que salir de viaje y de momento sólo tengo un dispositivo móvil con una cámara low fi y una versión muy básica de blogger que no me permite ni alinear un párrafo.” 

Llegar a 100 entradas en un año fue un hito difícil de asimilar. Recuerdo que entonces me preguntaba mucho si volvería a llegar, si estaría a la altura. Entonces pasó el tiempo y, ante mi inacción, concluí que era un buen momento para dejarlo; así, por todo lo alto, en un número redondo. El verduguillo entonces no volvió a tener otra entrada hasta 2016, cuando finalmente lo eliminé. Y, desde entonces, no volví a escribir.

Volviendo sobre “escribir”. Añadiendo “escribir para ser leído”. 

Para ser sincero, escribo todo el tiempo, casi todos los días; pero todo lo que escribo son guiones y los guiones se convierten en videos. Por consiguiente, los últimos 10 años escribí para ser escuchado, no para ser leído como en la era Magenta o El Verduguillo.

Ha pasado mucha agua bajo el puente desde mi última novela, “Las aventuras del chico Fleitas”:  ¡Doce años desde que no escribo un libro! Y aunque es verdad que publiqué “La rifa” (2014) y “El universo no tiene cuentas premium” (2021), ambos ya estaban escritos. El primer título fue una compilación de cuentos que aparecieron en revistas y antologías; el segundo, un conjunto de conferencias que di en épocas de pandemia. Así que hasta ahora no ha habido nada nuevo que me conecte con aquel escritor que dejé de ser en el camino, en las fechas que El verduguillo dejó de existir. Hasta ahora.


De momento estoy terminando una nueva novela. La tarea por momentos me hace entrar en competencia conmigo mismo, en una batalla por superar viejas marcas y demostrarme que ahora soy un escritor maduro. Y eso me abruma. 

Tachando "abruma". Sustituyendo por "me detiene, a veces".

Lo que piensen los demás, francamente, como diría Rhett Butler, me importa un carajo. Escribo como solía hacerlo hasta aquel 31 de diciembre de 2013. A veces me entusiasmo. A veces me detengo. A veces escribo 10 páginas. A veces borro 3. Lo importante es que me siento libre, aunque a veces la ansiedad me supere. Sin embargo, sé que todo es parte del proceso. “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, diría Soren Kierkegaard.

martes, 16 de abril de 2024

Carta abierta a mi hermana

 

Hace exactamente veinte años yo estaba a la mitad de mi carrera universitaria, demasiado metido en mis asuntos y tan desconectado de la realidad, que el saber que mi madre te daría a luz no alteraría los planes que tenía para ese día, que lo más probable eran salir con mis amigos a alguna fiesta de alguien a quien no conocía.


Desde el primer día que llegaste a la a casa yo siempre te vi de lejos, quizás porque cada vez que quería acercarme había demasiada gente a tu alrededor admirándote e intentando cuidarte, o tal vez porque me sentía un poco celoso.


Recuerdo que el día que te bautizaron yo llegué tarde, ni siquiera me vestí para la ocasión, sólo llegué para cumplir con la ceremonia, robarme algunos bocaditos y poder irme cuanto antes.


La infame foto del bautizo


 

Desde tus primeros años evité ser un hermano cariñoso y cercano a ti, en esa época mi vida fuera de casa era la que más me importaba, e intentaba estar lo menos posible con la familia. Tú no tenías la culpa, simplemente yo era joven e imbécil, no era capaz de valorar todo lo que tenía dentro de casa.

 

Siempre te hacía bromas pesadas hasta el punto de hacerte llorar muchas veces, pero aún así tú con tan pocos años tenías detalles tiernos conmigo, como hacerme algún dibujo o darme un abrazo. E incluso ser la más animada en participar cuando hicimos la foto de Star Wars.




 

El día que me fui por varios años del país te di un medio abrazo muy rápido a la ahora de despedirnos, estabas llorando por algo que querías en ese momento y no tenías a la mano. Tenías 4 o 5 años, no podía pedirte más.

 

Me perdí toda tu niñez, no estuve a tu lado en muchos cumpleaños y momentos importantes incluyendo tu paso a la primaria. Cuando muy de vez en cuando llamaba a casa para saludar sólo hablaba con mis padres, tú siempre estabas en la escuela y prácticamente nunca pudimos coincidir.

 

El estar lejos de casa me hizo valorar mucho más a la familia, empecé a extrañarlos mucho y desear en el fondo haber sido distinto contigo cuando eras más pequeña. 


Cuando regresé de visita después de dos o tres años fui de sorpesa a verte a la salida del colegio. Te busqué entre los demás niños y te vi, me miraste de lejos, gritaste mi nombre y corriendo te lanzaste a mis brazos para darme ese gran abrazo tan largo y fuerte que hasta ahora siento cada vez que te extraño.


(recreación)


 Desde entonces aprendí a quererte más, a valorarte como te lo merecías e intentar llenar ese vacío de amor que nunca te di.

 

Pasaron los años y regresé al país, ya todos habíamos crecido. Yo tenía un hijo que necesitaba toda mi atención y tú ahora eras la joven, la que prefería estar con sus amigos. La adolescencia te pegó fuerte.

 

Esta vez intenté estar en todos tus cumpleaños y fechas especiales, pero sentía que ya era un poco tarde, que no podríamos tener la relación de hermanos a la que me negué cuando aún eras muy pequeña.




 

Con el pasar del tiempo te fuiste transformando en una mujer admirable, tan preocupada por su familia, tan atenta y cariñosa, y además la más cercana a mi padre de todos los hermanos, y yo siempre agradeceré eso, eras la que nos representaba, sobre todo a mí, que ya no vivía en la misma casa y casi nunca tenía tiempo para estar con ustedes.





 

Encontraste a alguien a quien amar y eso me dio mucha paz y felicidad, el saber que alguien estaría a tu lado me hacía sentir seguro. Ver que alguien era capaz de merecer tu amor me causaba mucha alegría.

 

Pasó el tiempo, cada vez fuiste aprendiendo más y siendo más ambiciosa con tus planes al punto que decidiste que lo mejor sería irte a estudiar a la distancia.

 

Llegó el momento de tu partida, ahora eras tú quien se iba a buscar su futuro lejos de nosotros, a otro país tan lejano y distinto que era sorprenderte ver que te entusiasmaba dejar el nido, ya no había vuelta atrás.

Pero esta vez yo estaba contento, hiciste tanto en estos años que ya estabas preparada para enfrentar al mundo y todo lo que este pudiera lanzarte.

 

Hay tantas cosas que me hubiera gustado hacer contigo que siento que la vida se nos queda cada vez más corta, todo fluye tan rápido que sin darnos cuenta, acabas de cumplir 20 años.




 

Hoy que es tu primer cumpleaños que pasas lejos de casa, no puedo más que esperar que te hagas más fuerte con cada día que pase, que el sentimiento de ternura que hay en tu corazón sirva para llenar de amor esos miles de kilómetros que hoy te separan de la gente que amas.

 

Y yo, cada vez más viejo y gruñón, no puedo desear más que la próxima vez que te vea, darte un abrazo tan fuerte y sincero como el que me diste tú esa vez hace ya tantos años afuera de tu colegio.




 

Te amo con todo mi corazón.

martes, 9 de abril de 2024

La memoria es frágil

Regreso del supermercado después de comprar unos dulces para acompañar el café. Al costado del negocio hay un colegio y es la hora de salida. Veo a los niños con sus padres y recuerdo cuando tenía su edad: 7 u 8 años. De pronto, me encuentro en situaciones aisladas. Siento que puedo describir a grandes rasgos cosas como el aula en la casona, cuando mi mamá nos recogía en su pequeña moto o cómo me sentía cuando el abusivo de turno rondaba por mi pupitre. Pero faltan actores en este libreto. Muchos.

Hace pocos años me jactaba de tener memoria de todos los nombres y apellidos de los niños de ese salón. Hoy me es imposible nombrar a más de la mitad y, con suerte, recuerdo el apellido de 3 o 4. De chiripa me acabo de acordar de la maestra, la miss Carmelina (no me preguntes por su apellido). ¿Qué habrá sido de ella? Una pista: No es la que está en la foto.


¿Ubi Sunt?

La memoria es frágil y el olvido es implacable, pues bastó sólo un par de años de ejercitar el recuerdo para que mi mente borre los nombres y apellidos de estos chicos, como una inscripción en la arena a orillas del mar. Veo una foto de aquel tiempo y, entre conocidos, veo fantasmas. ¿Quienes son? ¿Cuáles eran sus nombres? ¿Por qué yo tengo una camiseta de Mickey mouse?


domingo, 7 de abril de 2024

Por qué me mudé a Buenos Aires (y sigo aquí)

Estuve releyendo mi última entrada y he tenido una impresión bastante negativa acerca de por qué elegí mudarme a Buenos Aires. Según lo escrito, todo parece indicar que llegué en un acto de escape, apalancado por una situación que no podía ir peor. Y aunque algo de cierto hay en eso, lo dicho solo responde a “por qué migré” y no contesta a “por qué ESPECÍFICAMENTE a Buenos Aires”. Peor aún: ¿Por qué continuar aquí, cuando no son los mejores años de la Argentina?

¿Qué hace usted acá?

A ver. Desde luego que Paty y yo sabíamos cosas. Previo a todo, desde 2017, con la convicción clara de que queríamos emigrar, visitamos varias ciudades candidatas. Sin embargo, ninguna superó la percepción que teníamos de Buenos Aires; ideas fundamentadas en vlogs de viajes, opiniones de conocidos y una visita relámpago que hice a Córdoba en 2009. Argentina, en ese sentido, nos parecía la mejor oferta. Pero, con todo y todo, Buenos Aires no dejó de ser un experimento. Cuando llegamos teníamos dinero para 3 meses. Pensamos: “si nos va mal (o no nos gusta) nos regresamos y listo”. Pero no fue así. Buenos Aires nos encantó y, a continuación, explicaré las razones:

Empezaré por decir, que Buenos Aires tiene muy mal ganado el apodo de “La ciudad de la furia”. Me parece que, descontando el clima (y la estima que le tengo a Cerati), no hay peor forma de describir a esta maravillosa ciudad. En mi experiencia, Buenos Aires es una urbe de personas amistosas, nobles, educadas, solidarias y felices. Basta echar una mirada a los parques y las plazas, a la tarde, cuando la gente se junta para compartir un mate, jugar pelota o simplemente echarse a la sombra de un árbol a disfrutar la naturaleza.

Sin carteles de “prohibido pisar el césped”

Así que yo podría decir que Buenos Aires es, en primer lugar, “la ciudad de los parques”, pues aquí he conocido los más hermosos que jamás vi: el parque Chacabuco, el parque Lezama, el jardín botánico, la costanera sur, los bosques de Palermo; entre muchos otros que celebran la vida y que, por fortuna, son libres, sin rejas, sin vigilantes y sin carteles de “prohibido pisar el césped”. Sí, yo antes pensaba que los parques eran para ser cuidados; para “engalanar” la ciudad (conservando, quizá, esa absurda idea de tener cosas solo para jactarse de ellas). Buenos Aires me ha hecho cambiar de parecer: Ahora pienso que los parques tienen que estar vivos porque es allí donde se inicia el sentido de comunidad. Los parques son puntos de encuentro, lugares de actividad física, espacios de ferias itinerantes, centros de recreación. Creo que una ciudad es grande no solo por sus edificios, sino por la capacidad de coexistir con la naturaleza, en equilibrio; cuando contiene el descanso de la urbe en las áreas verdes. En ese sentido, creo que muchas de las ideas negativas que la gente tiene sobre su ciudad refieren a urbes con carencia de parques, plazas o alamedas; razón por la cual el descanso es capitalizado por el mall o el centro comercial, que funciona como placebo social, promoviendo consumismo en lugar del sentir comunitario.

Groseramente monumental: un reservorio de agua.

La arquitectura de Buenos Aires es un capítulo aparte. Puede que sus edificios no sean tan antiguos y no conserve ese aspecto colonial de otras capitales latinoamericanas (por ejemplo, Lima). Pero, por su parte, Buenos Aires se toma la atribución de ser una ciudad groseramente monumental y ecléctica. En una misma cuadra conviven diferentes estilos: edificios neobarrocos, neoclásicos, Art deco, Art Nouveau, etc. En lo particular, nunca me canso de caminar por las avenidas, contemplando detalles inacabables; entre frisos, gárgolas, cúpulas y figuras incrustadas en las paredes. Buenos Aires es una ciudad hermosa y no depende de la estación; sea verano o invierno; bajo lluvia o a pleno sol. Buenos Aires es un continuo descubrir entre el esplendor y la melancolía.


La cultura es otro asunto importante. Voy a dejar de lado lo que se refiere a museos, sitios históricos y bibliotecas; pues toda ciudad suele tener algo a lo que denomina “su cultura”. No obstante, así como existe esta noción de cultura que se emparenta con el pasado y la tradición, también hay otra concepción menos practicada que es “generar cultura”. En ese sentido, son pocas las ciudades que como Buenos Aires se vuelcan a eso; a través de laboratorios como el Centro Cultural Recoleta o la Usina del arte, que son espacios vivos, libres, abiertos… quizá sin sentido aparente, pero que funcionan como plataforma de inspiración. Lugares donde uno va y son, genuinamente, lo que quieres que sean; puedes escribir una novela allí. Puedes armar una coreografía de danza moderna. Puedes rodar un cortometraje. No hay límites… más allá del horario.

Vi a un país entero celebrar

Paso de la comida. Creo que es cliché decir que la carne y el vino son buenos. Yo prefiero terminar este post con recuerdos de experiencias que no podría haber tenido en otro lugar: Me gusta decir que participé en la Feria del Libro más grande de habla hispana, que vi a un país entero celebrar la copa del mundo, que viajé en el metro más antiguo de Latinoamérica, que crucé la (otrora) avenida más ancha del mundo, que vi las obras de Van Gogh y Rembrandt en el Museo de Bellas Artes, que me senté en el mismo café que frecuentaba Borges, Cortázar y Sábato, que me perdí en La Boca, que me embriagué en San telmo y que regresé -no sé cómo- en la línea 2 a las 3 de la mañana, con un chofer que me dice: “¡Bajá con cuidado, rey!” . ¿Cómo no me va a gustar vivir acá?