Recuerdo con claridad que cuando vi publicado mi primer
libro, reproducido en cientos de ejemplares empaquetados en varias cajas de
cartón, me di cuenta de que estaba realmente jodido. Claro está que, como
escritor primerizo, me había alentado tanto la idea de ver mi obra impresa que
la culminación de este sueño sólo me llevaba a la pregunta inevitable: ¿Y ahora
qué? ¿cómo hago para que me compren todos estos libros?
Aquí firmaba un ejemplar de mi primer libro, en la Peramadura, un par de noches antes de la presentación de mi libro (circa 2007) |
Nótese que, de momento, como cualquier novato, yo pensaba
que, una vez publicado el libro, éste se iba a vender como pan caliente; que
gentes de todas partes del planeta me buscarían, que las librerías me rogarían
por contratos de exclusividad y de pronto, en una llamada transatlántica, se
comunicarían conmigo desde Suecia para entregarme el premio Nobel. ¿Qué?
¿Exagero?
Bueno, bueno…. ¿Acaso no es común que un escritor, en su
acostumbrado discurso de conferencia nivel escuela secundaria, no se queje de
que nadie lo lee? ¿No pasa a cada rato que éstos personajes se autorganicen
agasajos y soliciten reconocimientos firmados por todas las municipalidades que
conocen? ¿No ocurre a cada rato que algunos de estos –sino varios- se sientan
ofendidos por no haber sido incluidos en los programas de la feria que organiza
su ciudad?
Que me manden mi Nobel por FEDEX. El escritor ocioso, rumbo a su presentación en Trujillo, 2007. |
Yo sabía que el escritor -sobre todo el de la vieja
escuela- solía tener un ego enorme: si por él fuera, que le construyan un altar
y le rindan pleitesía. Y detestaba sus poses de no va a mover un dedo por
cambiar su situación comodona pero sí poner en marcha toda una maquinaria
belicosa para atacar –a menudo por lo bajo- a otros autores que, por algún extraño
motivo, empiezan a sonar más que ellos.
Así que, cuando volvía a la pregunta del inicio y la
repetía varias veces: noté que había algo malo; o algo que me estaba asemejando
a ese modelo de escritor del cual renegaba: ¿Por qué estoy pensando que la
gente tiene que venir a comprar mis libros, en lugar de yo ir a venderlos?
De esa manera llegué a la conclusión de que si quería
salir del conformismo que aúna a toda esa raza de escritores que creen que el
mundo gira alrededor de ellos, debía empezar a practicar otro tipo de oficios
que aparentemente no tenían nada que ver con el que sustentaba todo: escribir
en la comodidad de mi casa.
Así, la primera chamba que surgió fue la de vendedor.
Esto lo expresé en un viejo artículo de mi fenecido blog el verduguillo.
¡Vendo libros! (2008) |
Escribir es producir un libro; un bien que debe entrar en
un mercado. Éste puede ser buenísimo. Pero si no llega al público será un
fracaso. “Hay que empezar a llevar la obra a la gente. Si no lo hago yo, nadie
lo hará”, me dije a mí mismo.
Era de esperarse que al sistematizar los procesos de
distribución, naciera pronto la idea de ocuparse un poco más de la técnica de
las publicaciones; trabajando directamente el diseño editorial para crear un
producto más atractivo. De modo que, la segunda chamba conexa al oficio de
escritor resultó ser la de editor.
En una presentación de la editorial (2013) |
La tercera chamba viene a consecuencia de la anterior: Fundada
una editorial, ésta debe encargarse de promocionar los libros de una manera
creativa. Así pues, de hacer recitales públicos, pasé a ser narrador de cuentos
y hasta actor en el teatro ambulante de “Historias del jañape”. Y, de ese modo,
así llego hasta el día de hoy, en el que me dedico a personificar los
personajes de “Emilio y El gato” en una función de títeres con la que tratamos
de dar a conocer el libro de Angel Hoyos.
Para terminar, debo decir que creo firmemente que todas
estas cosas que he venido haciendo hasta ahora no deberían ser producto de
burlas; sino afrontadas con la certeza de estar trabajando con la convicción de
que el oficio literario puede y debe ser un trabajo bien remunerado. Y que ello
sólo se materializará cuando los escritores dejemos de rascarnos la barriga y
nos pongamos a hacer que las cosas funcionen. Dejarse de quejar es un primer
paso.
1 comentario:
Felizmente no recuerdo haber sido objeto de burla de nadie por titiretear o cuentacuentear, por el contrario. Motivo por el cuál se siente bien hacerlas, independientemente de la remuneración económica inmediata :)
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