Tengo una pareja de amigos que son de esas parejas que puede que estén en
una relación amorosa o no, de esas que cuando se los preguntan, sólo sonríen y
se miran de forma cómplice. Bueno, ella hace poco se fue a Lima por un tema
laboral, pero era un viaje corto. Vi en Facebook que había publicado que estaba
en el terminal de buses a punto de viajar.
A partir de allí empecé a imaginar toda una historia entre él y ella.
Claro que, para no generar discordias o malos entendidos, cambiaré sus nombres
(aunque jamás lean este blog).
Y dice así:
Priscilla espera en el terminal impacientemente a que Elvis se haga
presente y se abra paso ante la asfixiante multitud. Pero por el altavoz ya
están llamando a los últimos pasajeros y aún no hay señales de que el esperado
personaje aparezca.
Ya no hay más tiempo, Priscilla debe abordar el bus que la llevará a la
capital para emprender una nueva vida y tal vez así, olvidarlo. O tener la
remota esperanza de que él llegue alguna vez a esa fría ciudad y decida
acompañarla en esta aventura de una vida nueva.
Pero él no llega, Priscilla aborda el bus, es la última en subir. Una
lágrima de desconsuelo se asoma tímida y recorre su rostro. El vehículo inicia su marcha y entre la multitud
no hay indicios de Elvis.
Ella se resigna a perder la esperanza de verlo por última vez. De
pronto, como si los dioses la hubieran escuchado, se oye el tronar de una
potente moto acelerando a toda velocidad. No puede creerlo, es su amigo Paul
quien conduce y de pasajero va él, aquel ser a quien tanto deseaba ver en el
terminal de buses para verlo frente a frente por última vez y haberle podido
decir adiós.
Allí está Elvis, de pasajero en la moto de su compañero Paul,
conduciendo tras el bus para intentar detenerlo, pero sus esfuerzos son
inútiles. Parece que el chofer del bus se ha percatado de la situación y por
más que Priscilla le suplica que pare, el chofer se ríe a carcajadas y no hace
otra cosa que acelerar más y más.
Elvis le enseña a lo lejos un ramo de rosas que llevaba para ella, pero
debido a la velocidad, las flores empiezan a volarse y lo que fue un hermoso
ramo de rosas, ahora es sólo un montón de hojas y flores maltrechas.
A Paul se le ocurre una idea, es algo demencial, pero no tienen otra
alternativa si quieren detener ese bus y que Elvis le confiese a Priscilla todo
lo que ha guardado su temeroso corazón.
Paul acelera al máximo, parece que el motor de la moto va a explotar en
cualquier momento. Con una temeraria habilidad logra esquivar todos los carros
y alcanzar al bus, acelera aún más y logra ponerse al lado del gran vehículo,
su objetivo es sobrepasarlo y ponerse delante de él para luego poco a poco ir
frenando, por lo que el bus también tendría que parar.
Pero el destino es cruel y los dioses disfrutan jugando con nuestra
suerte. La llanta trasera de la moto de Paul no puede más y se revienta. A esa
endiablada velocidad la moto cae estrepitosamente al suelo y se desliza debajo
del bus, incluyendo también a sus dos ocupantes.
Se escucha el tronar de la carne aplastada por las llantas del bus, y al
conductor no le queda otra que frenar en seco. El llanto de Priscilla es
desconsolador. Ella baja del bus y se da cuenta de que la moto está hecha un
amasijo de metales retorcidos. Paul murió en el acto.
De pronto una voz muy débil la llama, es Elvis, que en un esfuerzo
sobrehumano intenta decirle algo. Priscilla no puede soportarlo más, su amado
está a punto de morir delante de ella y en sus brazos. Elvis saca una pequeña
cajita de su bolsillo y se la entrega a Priscilla. Le dice: -Debí haberte dado
esto hace mucho tiempo, espero que puedas perdonarme. En realidad, siempre te
amé-
Elvis da un último suspiro y cierra los ojos, la fría muerte ha llegado
a recogerlo. Priscilla tiene el corazón destrozado. Guarda la pequeña cajita
que le regaló Elvis y no se atreve a abrirla. No al menos hasta que el corazón
logre sanar este cruel episodio.
***
Pasan los años y Priscilla no ha podido olvidar a Elvis. Ha recorrido el
país intentando buscar su lugar, pero es inútil, casi todo le recuerda a él.
Una noche no puede más, ahogándose en alcohol sube a la azotea del hotel
donde hace dos noches duerme, en una ciudad que ya ni recuerda el nombre.
Observa las calles atiborradas de gente y los autos pasar a toda velocidad.
Entonces saca de su bolso aquella cajita que Elvis le regaló el día que la
muerte lo hizo suyo.
Priscilla abre la caja, observa el pequeño objeto que lleva dentro y se
lo pone. No lo piensa dos veces y salta al vacío. Y mientras su cuerpo se acerca
más y más al piso, su mente sólo es ocupada por el rostro de Elvis.
La multitud asustada se reúne alrededor
del cuerpo inerte de Priscilla,
la sangre empieza a manchar todo el pavimento. Pero en su mano, un pequeño objeto
hace contraste con toda la oscuridad y sangre. Un anillo de bodas reluce
resplandeciente bajo la luz de la luna llena.