Había una vez en Piura un viejo periódico que vivía al borde de la ruina. Regocijándose en sus años de gloria, subsistía mantenido por otro diario que la misma empresa vendía más barato. Nadie quería trabajar en aquel antiguo medio. Los jóvenes periodistas sabían que ahí se pagaba poco, se exigía mucho y que los jefes manejaban todo como señores feudales. En un acto de desesperación, los directivos decidieron que este periódico tome la misma línea que su diario económico y, así, un buen día éste salió a la venta a la mitad del precio. Recortaron varias secciones como cultura, estilo de vida y opinión. Luego bajaron los precios de la publicidad hasta el suelo. Así, mal que bien, se mantuvieron liderando un segmento en el que, hasta entonces, no existía competidor.
Sin embargo, pronto llegó a Piura un periódico desde la capital. Este medio estaba interesado en el mismo segmento que el viejo diario. Se congració con las más recientes generaciones de periodistas y les ofreció sustanciosos contratos. Destacó la calidad sobre la cantidad y se caracterizó por tener mejores contenidos e imágenes impactantes, de modo que visualmente se presentó como un producto moderno y competitivo. Así pues, el nuevo periódico pronto destronó a su magullado competidor.
De pronto, el periódico viejo se dio cuenta de que si quería seguir en el mercado debía tomar una decisión radical y, en lugar de declararse perdedor, redobló su apuesta. Despidió a viejos jefes. Contrató nuevos y mejores periodistas. A los antiguos, los que demostraron ser competentes, les empezó a pagar más. Renovó su imagen de marca, aumentó sus secciones y su contenido. Luego, salió a la luz al doble de precio, pero, eso sí, ofreciendo una calidad nunca vista en un mercado regional.
Por su parte, al periódico nuevo llegó uno de esos directivos obsesionados con la productividad. Éste señor vio que era un despilfarro mantener a tantos periodistas y despidió a casi todos menos dos, a quienes les encargó las labores de los 10 que se fueron, incluidas la edición y la fotografía. Disminuyó la calidad del papel, recortó el número de páginas y subió los precios de la publicidad, pensando que los anunciantes se quedarían con él porque no importaba qué cosa publicara, sino su marca y el prestigio que encerraba ser un tradicional diario limeño.
En un año las decisiones de ambos medios rindieron sus frutos: el diario El Comercio prácticamente desapareció del mapa, convirtiendo las productivistas decisiones de su nuevo directivo en el peor de los fracasos; o séase, de esos que se dan cuando ya todo parece estar ganado. Por el contrario, el diario El Tiempo, recuperó no sólo el prestigio perdido décadas atrás sino que se consolidó como el diario número uno en su segmento.
Lo que me deja una enseñanza clara de que los tiempos han cambiado. Que la anticuada gerencia de principios del siglo XX ya no tiene más lugar en el mundo empresarial. Y que quizá esto también tiene que ver no sólo con no cometer el error de infravalorar a tu público sino también a tus trabajadores. Lamentablemente aún es difícil remar contra la corriente. Pero, como decía Peter Drucker: "Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente".
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